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jueves, 3 de diciembre de 2015

La bula de la globalización




Si volvemos la vista atrás y nos situamos en los hechos históricos acaecidos a lo largo de la historia, nos percatamos de que toda ella está marcada y manchada por faltas y errores humanos.   
Desde siempre ricos y poderosos obtuvieron algún tipo de indulgencias o concesiones que los hicieron alcanzar algunos beneficios que otros, dada su condición social, no podían conseguir jamás. Me refiero a las bulas que algunos “iluminados” otorgaron a ciertos “excusados” bajo pago de una determinada cantidad. Aquella “compra” de indulgencias vuelve hoy a repetirse, con repercusiones muy graves; pero no con individuos, sino con poderosos estados.
Para estos titánicos sistemas de poder, los límites del crecimiento económico no existen, y si existen, no les interesan. Su desmesurada ambición está teniendo repercusiones globales, que han ido degradando las relaciones entre el hombre y su entorno. Seguir con esta dinámica de sobrexplotación de recursos naturales, deforestaciones de grandes bosques, vertidos contaminantes en ríos, mares y océanos, o la desmesurada y continua emisión de gases contaminantes, puede hacer inhabitables extensas áreas del mundo.


La alteración del medio ambiente y sus consecuencias es un hecho. El planeta se está quejando por la explotación “salvaje” que está sufriendo. Se están violando toda clase de derechos sobre un patrimonio común que es la Tierra. No se debe consentir que los "gigantes" paguen su “bula” y sigan haciendo un uso indiscriminado de territorios como ocurre en: Perú, Rusia, India, México, Japón, Indonesia o China. Son grandes Imperios contaminantes y contaminados, sin el freno de una “sólida cooperación internacional” que afronte y revierta la situación actual. Los acuerdos tomados en tantas "cumbres" se vulneran pagando una "bula o multa" por el derecho a seguir maltratando al planeta.


El mundo se lamenta....¿en qué me están convirtiendo?
El río, un recurso natural que fue utilizado para la pesca y el regadío ahora está convertido en vertedero donde muchos buscan...
 El enriquecimiento de las grandes industrias han acabado con el sustento de otros generando más pobreza y miseria.                                                                                                                                        

 El calentamiento global está transformando la tierra dejando paisajes desolados como este.


¿Es posible frenar los vertidos industriales y que las industrias compitan en el mercado mundial reduciendo sus emisiones y beneficios?






Desechos de todo tipo pueblan los lechos marinos.  La nueva "especie" de la globalización...la basura.








Tenemos nuevas islas. Islas basuras que emergen ocupando, algunas de ellas, casi seis veces la superficie de Francia. 



El gran protagonista, los mercados, el poder y el dinero en manos de unos cuantos.








La pantomima continua... Asomarse al gran teatro del mundo.





                                  Ardilla




Texto: Ardilla
Fotos: Internet

domingo, 13 de julio de 2014

Me hubiera gustado ser un niño.




                                   I Would have liked to be a child.

                               

Su rostro mantenía la expresión del miedo, aun así sonreía, y al sonreír, sus ojos se volvían tan pequeños que parecían desaparecer entre los pliegues de su piel de bronce. Mientras tanto yo apenas si hablé y durante largo tiempo me limité a escuchar su lamento que me hizo estremecer y reflexionar en silencio.
“¿Hay alguien ahí?... – gritaba - Tengo sólo nueve años… ¿me escucha?... ¡sólo nueve años!  Ahí arriba me llaman niño y quizá todavía me esperen… Me gustaría ser uno de ellos, aunque me parece haber vivido muchísimo. No sé qué delito cometí, quizá el haber nacido pobre, en un mundo de miseria. Claro…  y éste es mi castigo.
Me asomo a la oscuridad  como si ésta me perteneciera y ¿sabe lo que me digo?...  Esto no es lugar para un niño… ¡Sacadme de esta noche oscura, sin luna y sin estrellas!
 No soy un despojo humano, soy  víctima de una  infancia presa. Viajad a la sombra conmigo; picad, las entrañas de la tierra… Negro polvo, una mecha, cargadores y peonetas… Aquí abajo tengo miedo, siento frío y mi cuerpo se estremece entre las tinieblas. ¡Sacadme de la noche oscura, del corazón de la tierra!
Aquí abajo nadie me espera salvo la muerte pero… ¡No dejaré que me venza! Sigo tenaz en mi lucha; tengo sólo nueve años ¡libradme de mi pobreza! así podré percibir  la fragancia de la tierra. Nunca he estado allí, pero ¡dicen que es muy bella!. La oscuridad no me permite disfrutar como debiera del “brillante amanecer”; aire, luz, agua, cielo… Sólo tengo nueve años… me hubiera gustado ser niño; ¡Libradme de esta miseria!”
                                                                                                                        Ardilla

                                                      
                                                     
“Edgar” la historia viva de un niño sin infancia que trabaja en la mina. El drama de los más de 200 millones de niños trabajadores que hay repartidos por el mundo. Edgar es  sólo un ejemplo de ellos. 
La historia se repite y parece ser que, al respecto, las organizaciones no son eficaces ni suficientes para erradicar la situación. Para algunos el trabajo infantil forma parte del orden natural de las cosas. Las familias en zonas deprimidas y con situaciones precarias,  necesitan para su supervivencia, que el menor trabaje. Su sociedad construye para el niño lo que tiene que realizar, y aquí la idea es que los patrones culturales justifican el trabajo de menores, porque los recursos de las familias son insuficientes; luego la educación queda por debajo de mínimos.
El relato de Edgar se desarrolla en una mina artesanal del Perú un vasto espacio de desbordante naturaleza, rico en minerales; que alberga el lago más alto del mundo, las míticas fuentes del amazonas y como no, las incomparables ruinas de Machu Pichu. Un país con una historia encomiable y grandiosa. Confluencia de grandes culturas y cuna de una de las más sobresalientes civilizaciones, llenas de mitos y leyendas como fue el  Imperio Inca.
Éste extenso Imperio tuvo, en un tiempo, otras actividades además de la minería, como la agricultura, hoy desaparecida.  El vasto Imperio proporcionó a sus colonizadores  españoles,  la explotación y exportación de sus recursos naturales, que serían la base de la organización política y social de los territorios conquistados. Con los recursos minerales, oro y plata,  en nuestras manos, creamos un monopolio cuyos beneficios iban a parar a la metrópoli. Anhelábamos sintetizar lo autóctono con las nuevas aportaciones.  Creamos desajustes y  fronteras; condicionamos la vida de los indígenas, reduciendo su determinación y su población. España intentó, en el Nuevo Mundo, organizar un modelo de sociedad que siguiese el mismo esquema de la metrópoli, pero el resultado fue bien distinto. Se creó una estructura política y administrativa discriminatoria para los distintos grupos étnicos. Los nativos, sin distinción de edad; por ejemplo los niños, fueron utilizados como mano de obra abundante y barata, forzados a trabajar en minas entre otros trabajos; originando así el amargo sabor del miedo, el resentimiento, la miseria y con ella la exclusión social.  Fue la gran empresa del Nuevo Mundo. No reparamos en los daños colaterales y se impidió el ascenso social de las minorías criollas, dejando así dos herencias.  Una para las familias indígenas o excluidas y otra para el resto de la humanidad; que utilizó el oro y la plata como mecanismo controlador de la economía, como medio de pago y enriquecimiento.
Todavía no nos hemos enterado de que la infancia, por su falta de madurez física y mental, tiene “derecho a cuidados especiales”, como así lo manifiesta la  Convención para los Derechos del Niño del 2 de Septiembre de 1990. Los “Estados partes” y las familias, tomarán las medidas oportunas para hacer efectivos los compromisos aprobados. Entre ellos: “asegurar la protección contra toda forma de explotación o trabajo peligroso”. 
Edgar, como otros tantos niños huérfanos de derechos, participa en trabajos “hondamente” peligrosos. Su pequeña complexión le permite transitar y llegar hasta los estrechos habitáculos donde un adulto no cabría. Perfora socavones con cinceles, prepara explosivos, portea a sus espaldas la roca hacia el exterior, para la posterior extracción del mineral. A veces, participa en la molienda y amalgamación del mineral con el mercurio. A cambio recibe unas cuantas monedas, además de  los correspondientes dolores de espalda, rodillas, o afecciones pulmonares, producidas éstas, por inhalación de gases o sustancias tóxicas.
Como decía Juvenal    "El niño es acreedor al máximo respeto"  

                                                                                                                                       Ardilla


                                             




                                             Todas las imágenes han sido tomadas de Internet
 




domingo, 17 de noviembre de 2013

La Esperanza

                                          
"En honor a todos los que como Ayodobe dejaron su país en busca de un horizonte nuevo y una esperanza"
"In honour of all those like Ayodebe left their country in search of a new horizon and new hope"

“Partió del horror que le producía su lugar de nacimiento. Como cualquier criatura humana que encontrara una oportunidad, luchó sin adormecerse en su desesperación por encontrar nuevos horizontes. No se resignaba en su disputa diaria por la supervivencia. Ello le hacía encontrar una esperanza nueva, que la llevara a un cambio... ¡Sí!.  Aquel sueño podría ser real para ella y su hijo... ¿por qué no?
Mientras tanto, como cada día, intentaba encontrar refugio en sus quehaceres que servirían  de estímulo a sus ilusiones -eran más que un rayo de luz a sus anhelos -.  Por ello, y sin darse por vencida,  se acercó una vez más, como cada día,  a la ventanilla del vehículo y con una amplia sonrisa preguntó -  ¿necesita pañuelos? - Después de unos segundos, la respuesta no se hizo esperar y repliqué  - no, no, gracias-. Pero ella en su empeño por redimir el desengaño y aferrándose a la ilusión respondió;  Pero... ¡oiga, por favor! ... yo  necesito comer,.. ¿no lo entiende?... y, y... juntas podemos darle una oportunidad a mi esperanza...”

 Este pequeño relato de Ayodebe, son sólo un  ejemplo de los miles de gritos de esperanza que nos llegan desde la otra orilla. Son los ecos de una marea humana procedente de la “cuna” de nuestra especie a la que se le pretende poner barreras; es el ejemplo de esa “otredad” que teje nuestro mundo y por el que merece la pena luchar.
Ayodebe, como otros muchos, es la herencia del árido y desmesurado colonialismo imperialismo y neocolonialismo europeo, que sometió, dividió y repartió al continente africano. ¡Sobrados íbamos de superioridad! Los “otros” eran razas inferiores a las que había que subyugar y civilizar.
África supuso el gran enclave estratégico en el camino hacia la india, y se convertiría, en el nuevo centro suministrador de materias primas y mano de obra barata. 
Sometimos a gran parte del continente africano a una potencia extranjera; la europea. Como aves de rapiña Portugueses, holandeses; franceses y belgas; alemanes; ingleses y españoles, en mayor o menor medida, peleamos y comimos del rico pastel natural.
Ignoramos formaciones políticas, sociales, étnicas y religiosas. Nuestro etnocentrismo e ignorancia equívoca, nos llevó a clasificar bajo una misma especie a toda la población del rico continente; todos melánidos. Obviamos el mosaico antropológico y la idiosincrasia étnica repartida por su extensa geografía. Así pues, además de esclavizar a la población,  fuimos trazando fronteras artificiales sobre papel, respondiendo igualmente por caprichosas líneas geométricas; separando y destruyendo los enclaves autóctonos sin interesarnos por sus diferentes tribus y etnias. No nos movían más que nuestros propios intereses; necesitábamos territorios bien comunicados, con salidas marítimas que abastecieran los mercados y las necesidades de una sociedad cada vez más industrializada y capitalista.
 A cambio, les dejamos nuestra herencia descolonizadora; un continente en su mayoría fragmentado en manos de gobiernos autoritarios, oligárquicos. Dependientes y auspiciados por extranjeros; multinacionales o dirigentes sátrapas. Herederos, estos últimos, de los nuevos estados africanos, que protagonizan genocidios, como los de Ruanda;  crisis como la región de los grandes Lagos, guerras civiles como la de Sierra Leona, más guerras civiles y luchas por la extracción de otro mineral importante como el “Coltán o Columbita” del Congo. El valioso y codiciado mineral es utilizado para gran parte de dispositivos electrónicos; llámese condensadores, móviles, ordenadores, microchips, baterías.
Y todavía hablamos de Pacto Internacional de Derechos Económicos Sociales y Culturales en cuya parte primera; art 1.-2 dice que: “ Para el logro de sus fines, todos los pueblos pueden disponer libremente de sus riquezas y recursos naturales. En ningún caso podrá privarse a un pueblo de sus propios medios de subsistencia”
La paradoja: África es rica en recursos naturales y su población, en extrema pobreza, busca nuevos horizontes y “esperanza”. La población africana tiene hambre, y el hambre y  la miseria no saben de fronteras.
Cómo decía Diógenes de Enoanda:  “Las varias divisiones de la tierra, dan a cada pueblo una patria distinta. Pero el mundo habitado ofrece a todos los hombres capaces de amistad una sola cosa común: La tierra”

                                                                                                                        Ardilla
Texto: Ardilla