Lo que no sabía yo, ingenuo e iluso joven provinciano de dieciocho años, era que aquel distanciamiento de mi ciudad y el desamparo familiar me harían añorarla y sentirla en la distancia por el resto de mis días. Comparaba aquella Sevilla radiante y luminosa con el Madrid sucio y negro en el que me costó subsistir. "¿Es esto Madrid? ¿Es este el paraíso que yo soñé? ¡Dios mío que desencanto más horrible¡" Estaba hundido.
En un principio no tenía oficio. Promoví la publicación de los "Templos España", fracasó este proyecto y me dedique a traducir, a escribir zarzuela y teatro comercial, pero sin mucho éxito. Hice de todo, hasta que entré como redactor en "El Contemporáneo" en 1864. Tiempo después me convertí en su director. Fue entonces cuando tuve periodos de bastante prosperidad económica. Fui un periodista con gran dignidad literaria, protegido por González Bravo, ministro de la gobernación de entonces y otros grandes amigos que también admiraron mis obras. Fui conservador en lo político durante algún tiempo y progresista después.
"Queridos amigos yo tengo fe en el porvenir. Me complazco en asistir mentalmente a esa inmensa e irresistible invasión de las nuevas ideas que van transformando poco a poco la faz de la Humanidad"
(Desde mi celda. Carta IV, p. 541).
Mi relaciones amorosas fueron intensas. Me enamoré de una mujer - Julia Espin- .que me cautivó la vida y el alma. Frecuenté su casa, la agasajé con algunos de mis dibujos y le dediqué algunas de mis más preciadas rimas. Ensueño o realidad? No, no amigos. Amor, admiración, ternura, angustia, llanto. Eran mis sentimientos los que me inspiraban y movían mi pluma. Eran los latidos de mi corazón aquellos que suspiraban y dejaban poesía. Ficción? No. Realidad. Mi realidad interiorizada, mis más profundos sentimientos escondían mi dolor "como guarda el avaro su tesoro". Por Julia, por Elisa, por Casta, mi mujer. Qué mas da si a todas amé.
No sé en que pensaba, si es que pensaba en alguna cosa. Mi alma temblaba, estaba triste, oscura, no comprendía los misteriosos fenómenos de mi interior.
"Sabe, si alguna vez tus labios rojos quema invisible atmósfera abrasada,
que el alma que hablar puede con los ojos,
también puede besar con la mirada"
"Dices que tienes corazón, y solo
lo dices porque sientes sus latidos.
Eso no es corazón...; es una máquina
que al compás que se mueve hace ruido.
"Una mujer me ha envenenado el alma;
otra mujer me ha envenenado el cuerpo;
ninguna de las dos vino a buscarme;
yo, de ninguna de las dos me quejo.
(Obras Completas. Libro de los Gorriones. Rima I, XX; LXXVIII; LXXIX (37, 48, 55) pp. 418-456).
La enfermedad me debilita. Mi cuerpo de niebla y luz se arrastra miserable hacia la muerte. Muerte que deambula por los rincones tenebrosos de mi cerebro. Allí duermen los extravagantes hijos de mi fantasía, esperando en silencio que el arte los vista de palabra. Y aquí dentro, desnudos, y deformes, revueltos, los siento agitarse y vivir una vida oscura y extraña. Entre los incesantes desengaños gesto en mi cerebro mis sentimientos, que sólo escribo una vez pensados. De ahí nacen mis leyendas, como la ambientada en el Convento de Santa Inés, situado en la Calle Doña María Coronel.
Enfermo y con nostalgia de mi ciudad, en las navidades de 1881 publiqué en las páginas del periódico "El Contemporáneo", en la sección de variedades, esta leyenda, inspirada y recreada en este convento de mi ciudad. La "Leyenda Sevillana", más conocida como la Leyenda de "Mease Pérez el Organista".
Foto Ardilla
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Órgano fabricado por Francisco Pérez de Vallladolid s. XVIII restaurado en 2017
"Todo el mundo fijó sus miradas en aquel punto. El órgano no estaba solo, y, no obstante, el órgano seguía sonando...; sonando como solo los arcángeles podrían imitarlo...
¿No os lo dije yo una y mil veces...¡Aquí hay busilis!... En toda Sevilla no se habla de otra cosa..."
(Obras Completas. Leyendas. Mease Perez El Organista. p. 158)
Nostalgia y más nostalgia es lo que siento de mi ciudad y por ello volví a publicar en "El Contemporáneo" en Noviembre de 1862, mi leyenda " La Venta de los Gatos". Mediante mi pluma dibujé y describí el lugar como una escena costumbrista. Sueño despierto y describo aquellas ensoñaciones juveniles y la leyenda de lo acaecido aquel día cuando paseaba hacia el convento de San Jerónimo. Allí sentado dibujé y me inspiré para escribir una historia de amor.
"en mitad del camino que se dirige al convento de San Jerónimo desde la puerta de la Macarena, hay, entre otros ventorrillos célebres, uno que, por el lugar en el que está colocado, y las circunstancias especiales que en él concurren, puede decirse que era, si ya no lo es, el más neto y característico de todos los ventorrillos andaluces. Figuraos una casita blanca... con cubierta de tejas rojizas.... Un cobertizo de madera... Una parra añosísima, que retuerce sus negruzcos troncos por entre el armazón de madera que la sostiene ... hasta seis o siete mesas cojas y hechas de tablas mal unidas... Las copas de dos corpulentos árboles que se levantan a espaldas del ventorrillo ... Imaginaos este paisaje animado por una multitud de hombres y mujeres, chiquillos y animales, formando grupos al cual más pintoresco y característico.... una turba de muchachas... y ríen, y hablan a voces... en tanto que impulsan como locas el columpio colgado entre dos árboles, y los mozos del ventorrillo que van y vienen con bateas de manzanilla y platos de aceitunas... Figuraos todo esto en una tarde templada y serena, en la tarde de uno de los días más hermosos de Andalucía ... De esto hace ya muchos años, diez o doce lo menos. Yo estaba allí como fuera de mi centro natural.. No queriendo llamar la atención... pedí algo de beber... saqué un papel de la cartera de dibujo ... afilé un lápiz y comencé a buscar con la vista un tipo característico para copiarlo y conservarlo como un recuerdo de aquella escena y de aquel día... mis ojos se fijaron en una de las muchachas que formaban un alegre corro alrededor del columpio. Era alta, delgada, levemente morena, con unos ojos adormidos, grandes y negros, y un pelo más negro que los ojos... Mientras yo hacía el dibujo, un grupo de hombres, entre los cuales había uno que rasgueaba la guitarra con aire... no necesité mucho tiempo para conocer que entre ambos existía un sentimiento de afección, que se revelaba en sus cantares, llenos de alusiones transparentes y frases enamoradas.... Señorito... ¿Me quiere usted dar esa pintura que ha hecho? .... abrí la cartera, saqué el papel y se lo alargué sin decir una palabra... el cuidado con que lo dobló para guardárselo en la faja... Su felicidad parecía contagiosa, y me sentía alegre, con una alegría extraña y sin nombre, con una alegría, por decirlo así, de reflejo..."
Pocos días después abandoné a Sevilla, y pasaron diez años sin que volviese a ella, y olvidé muchas cosas que allí me habían sucedido; pero el recuerdo de tanta y tan ignorada y tranquila felicidad no se me borró nunca de la memoria.
Cuando el azar me condujo de nuevo a mi ciudad, me impresionó mucho la completa transformación que había sufrido.
"Yo dejé una Sevilla y encontraba otra muy diferente... encontré la mezcla de carácter andaluz y barniz francés..."
Fui a la venta en la que estuve.
"Al llegar aquí, con la imaginación, se me representaron con más viveza que nunca los recuerdos que aún conservaba de la famosa venta... "
Llegué al ventorrillo. Estaba ruinoso, abandonado y triste. El ventero era el mismo de hacía diez años, pero más envejecido. Estaba solo entre las viejas y desiertas mesas. Dialogamos y me contó todo lo que había sucedido con Amparo, que así se llamaba aquella preciosa muchacha que yo dibujé y que el anciano había criado desde que la sacó de la casa de expósitos. "Mi hijo la amaba" decía el ventero. Pensaban casarse hasta que en vísperas de su boda se presentaron unos señores y reclamaron a la chica. Ella lloraba pero se la llevaron en contra de su voluntad. El hijo del ventero intentó por todos los medios volver a verla, pero fue inútil. Su familia no lo consintió. Desde entonces el muchacho cayó en un letargo del que no se repuso. Al cabo la vio, pero la vio muerta. El cortejo pasó por delante del ventorrillo camino del cementerio. "¿Quién sabe si era la misma?" Y era. Desde entonces el muchacho permaneció encerrado en una de las habitaciones de la venta, donde pasaba los días contemplando inmóvil el retrato de su amada, sin que se abriesen sus labios más que para cantar esa copla tan sencilla y tan tierna que encierra un poema de dolor que yo aprendí a descifrar entonces y que publiqué en "El Contemporáneo"
"El carrito de los muertos
pasó por aquí
como llevaba la manita fuera
yo la conocí"
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"En ese instante concluía una historia que dejé empezada allí.. "
Hoy en este lugar emblemático donde se encontraba el ventorrillo, se alza una barriada construida en la segunda mitad de los años sesenta del siglo XX por Ramiro Lahoz Abad. Lleva por nombre "Las Golondrinas" y todas sus calles hacen alusión a mi obra artística. Calle Romanticismo, Rayo de Luna, Rosa de Pasión....
En Madrid sigo y en Madrid moriré junto a mi hermano Valeriano. Estoy debilitado y abatido por la enfermedad al igual que él. Pasamos mucho tiempo juntos, luchamos por nuestros ideales, siempre unidos hasta que la muerte llamó a la nuestra puerta como llama a la de cualquier mortal y con un intervalo de tres meses sucumbimos rendidos ante ella.
Hoy en la casa donde me halló la muerte, en la madrileña calle de Claudio Coello nº 25 mis más devotos amigos han querido recordarme con una placa conmemorativa.
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"Tal vez muy pronto tendré que hacer la maleta para el gran viaje.
De una hora a otra puede desligarse el espíritu de la materia para remontarse a regiones más puras"
(Obras Completas. Junio 1868)
Media hora después de mi muerte, la mañana del 22 de Diciembre de 1870, se produjo un eclipse total de Sol.
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Me enterraron en el Cementerio de San Lorenzo y San José de Madrid hasta que mis restos, junto con los de mi hermano Valeriano, fueron trasladados a Sevilla un 11 de Abril de 1913. Ahora reposo en el panteón de Ilustres sevillanos junto a mi hermano, en la cripta de la Academia de Bellas Artes.
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"Si morir es dormir, quiero dormir en paz en la noche de la muerte"
"Soñaba que la ciudad que me vio nacer se enorgulleciese con mi nombre, añadiéndolo al brillante catálogo de sus ilustres hijos"
(Desde mi Celda. Carta III)
Fui elogiado, querido y admirado por algunos de mis amigos que contribuyeron a mitificar mi imagen y mi memoria. Entre ellos mi hermano que dejó mi retrato como símbolo de su buen hacer con los pinceles.
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Mis grandes reliquias del Amor. Yo poeta de las golondrinas, no fingí los latidos del corazón y sentí inflamada mi alma. Oh! eterno silencio. Ayer con vosotros y hoy en esta soledad y eterna calma.
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Heme aquí levantado sobre un pedestal, a la sombra de un sauce, donde el viento suspira y los pájaros revolotean sobre mi cabeza de piedra. Ya no me asaltan ideas, ya nada pienso. Quizá los árboles hablen de mi vida y de mi gloria.
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Ahora soñaran otros entorno a mi pedestal. Ninfas, idilios de amores, una profunda inscripción con mi nombre. Vaga melancolía para un hermoso lugar es la huella de mi paso.
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Cuántas tempestades silenciosas, cuántas ilusiones baldías, cuántas historias contadas, cuánta poesía. Ahora ... queda sólo mi recuerdo.
"Mientras sintamos que se alegra el alma
sin que los labios rían;
mientras se llore sin que el llanto acuda
a nublar la pupila;
Mientras haya unos ojos que reflejen
los ojos que los miran;
mientras responda el labio suspirando
al labio que suspira;
mientras sentirse puedan en un beso
dos almas confundidas;
mientras exista una mujer hermosa,
¡habrá poesía!"
(Rima IV del libro de los Gorriones)
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"Para dormir el sueño de la inmortalidad, a la orilla del Betis, al que yo habría cantado en odas magníficas, y en aquel mismo punto a donde iba tantas veces a oír el suave murmullo de sus ondas. Una piedra blanca con una cruz y mi nombre serían todo el monumento... Allí duerme el poeta"
(Desde mi Celda. Carta III)